Cuando tenía 16 años conocí a un
chico que se llamaba Fernando; solo lo vi por unos segundos cuando me lo
presento mi buen amigo Edupi, y mi
primera impresión fue la de un tipo bastante guapo, grandes ojos claros, piel
canela, de buena estatura y con una linda sonrisa.
Después de unos días mi buen
amigo me dijo que Fer (así le decía) quería salir conmigo y él tenía que hacer
de intermediario. Al inicio le dije que no, no me parecía buena idea, ni si
quiera lo conocía, pero él insistió y como se trataba de un buen amigo, al final accedí.
Entonces llego el día en que
saldría con Fer, nos encontramos en una plaza del centro, lo salude y fue ahí
donde note algo peculiar, pero lo deje pasar por ese momento (no me gusta
juzgar a la gente rápidamente, siempre les doy el beneficio de la duda)
empezamos a caminar avenida abajo y el empezó a hablarme, hacerme algunas
preguntas generales y contarme un par de cosas de él, y podía ser todo lo guapo
que sea, pero debía salir corriendo de ahí.
Lo que pasa es que ese lindo
chico de ojos claros, amplia espalda y piel canela tenia la ridícula voz de una
hormiga en helio; no estoy exagerando, en serio su voz era ridícula. No podía
hablar con él sin estar al borde de la risa. Y si, gracias a la llamada de una
amiga, fingí tener una pequeña emergencia relacionada con mi madre (los chicos
tienen una especie de fobia con las madres) me despedí y nunca más volví a
verlo.
Lección del Día: No todo se trata
del físico. Si es bueno distraer los ojos, pero no lo es todo.
Por mi parte prefiero un chico
con un gran sentido del humor y que sea lo suficientemente inteligente como
para poder mantener una conversación de más de 30 minutos.
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